lunes, 4 de mayo de 2009

El Arte como mercancía, y para quién.

La obra de arte es un valor que al convertirse en mercancía se oculta en un envoltorio y penetra en un mundo de intereses que progresivamene le van alejando del orígen por el que debió haber sido concebida.
Sería demasiado pretencioso el intentar hacer un juicio sobre lo bueno o aceptable y lo malo o desechable actualmente en el mundo del Arte. Mi propósito es el de compartir con los lectores ciertas reflexiones sobre el lugar que podría corresponderle al Arte y a los artistas en la sociedad.
En los tiempos que vivimos, el carácter mercantil ha alcanzado unos niveles de perfección inauditos, hasta el extremo de vender la “envoltura” como un valor añadido, superior al relativo contenido real de la obra, padeciendo ésta un agravio comparativo.
Pero ¿qué es la envoltura en Arte?, porque para un par de zapatos es una simple caja de cartón, también la situación comercial del establecimiento, incluyendo por qué no el trato con el cliente. Sin embargo, en una obra de arte esta es más ambigua, a veces casi invisible; y si se trata de un cuadro, cuando lo tienes delante no lo ves, salvo el marco que puede ser más o menos valioso o atractivo.
No obstante la envoltura existe, y está confeccionada con un encaje complicado de factores que no son ajenos al sistema político y social dominante, en el que intervienen las galerías, coleccionistas e inversores, a cuyos intereses económicos se suman las orientaciones culturales y políticas de prestigio de la Administración.
En el escenario del mundo actual, los señores que representan estas entidades son los que deciden la pauta selectiva de la moda. Esta envoltura (valga la redundancia) “cultural” obliga a depender de ella a quienes se consideran profesionales o pretenden serlo y quieran vivir de su trabajo.
Debido a la ausencia de otros cauces, nos vemos obligados a mostrar nuestros trabajos a las galerías y concursos, que es igual que llevarles en una bandeja nuestro “ser” “nuestro corazón” ... porque cuando creamos algo estamos ofreciendo todo lo que somos. Pero las modas y los intereses privados se imponen como un muro infranqueable.
El artista, como cualquier ser humano, necesita cubrir económicamente sus necesidades materiales de subsistencia. Esta motivación tan común le obliga a plantearse algo muy serio a la hora de gestar una obra, que consiste en la tortuosa pregunta: ¿esto me va a permitir ganarme las lentejas? La inmensa mayoría de los creadores nos vemos obligados a combinar nuestro trabajo artí stico con otras ocupaciones que nos aseguren una estabilidad económica. Esta situación, obvia la paradoja de que, a quienes triunfan se les consideren “profesionales”, y los demás... pinten simplemente como un “pasatiempo”, pero con la ansiedad de alcanzar la categoría de “profesional”, como exige el mercado del Arte que valora y define el encasillamiento del artista.
Pero, ¿en manos de quién se encuentra dicho mercado? Contestar a esta pregunta significaría redundar sobre lo que ya he desarrollado más arriba.
¿Y cuál tendría que ser la actitud de los artistas frente a las limitaciones del mercado? Fundamentalmente existen dos posturas:
- Que el artista se adapte al sistema. Lo cual no garantiza el éxito, porque hay que saber coincidir con la línea comercial de moda y prestigio para las galerías o la administración. Pero siempre tendrán más posibilidades para llegar a ser artistas “consagrados”.
- La segunda opción, cuantitativamente es más restringida, podríamos clasificarla entre los que se plantean quizás con cierta tozudez, que nada ajeno a la obra de arte debe de intervenir en ella, cuidando escrupulosamente su autenticidad.
Sin embargo, he de admitir que en el primer grupo puede haber artistas tan sinceros y autenticos como en este último. La obra de arte es un valor que al convertirse en mercancía se oculta en un envoltorio y penetra en un mundo de intereses que progresivamente la van alejando del orígen por el que debió de haber sido concebida.
Se trata, pues, de potenciar la creatividad, de organizarnos como trabajadores culturales y defender nuestros derechos. Si bien, tenemos libertad de hacer lo que nos plazca, el curso del Arte lo decide una minoría de señores cuya objetividad la tienen limitada por su propia subjetividad egoista.
Segundo Castro Olmo.
ilustración: "El camino de Almería" (2007) de Segundo Castro

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